En el dominio de la psicología el término fue acuñado por Martin Seligman, quien descubrió en sus investigaciones que cuando una persona o animal, enfrenta repetidamente situaciones dolorosas o frustrantes sin poder controlarlas, termina creyendo que ningún esfuerzo hará diferencia. Lo preocupante es que esa creencia puede mantenerse incluso cuando las condiciones ya cambiaron y la persona sí podría actuar para mejorar su vida. De forma que haber sufrido violencia, es decir agresión de alguien poderoso de quien dependemos, deja esta incapacidad de ser dueños de nosotros mismos. Se construye, de esta forma, un obstáculo persistente al desarrollo personal.
En terapia, la desesperanza aprendida se manifiesta en pensamientos automáticos e incontrolables de fracaso, resignación o apatía. Es un enemigo del progreso al lesionar la capacidad de motivación y distorsionar la percepción de control. En este estado, el afectado puede dejar pasar buenas oportunidades y descuidar su posibilidad de superación. El convencimiento de que fracasarán se constituye en un ciclo difícil de superar sin tratamiento profesional paciente y consistente. El proceso exige al paciente reflexionar y reaprender como las propias acciones sí importan, que cada decisión, por pequeña que parezca, contribuye a reparar un sentido de eficacia, retomar el poder sobre las circunstancias. Cada paso fortalece la confianza en la propia capacidad para influir en los resultados.
Si te reconoces en esta descripción, no se trata de falta de voluntad. Es una respuesta natural a experiencias difíciles. Pero también es algo que puede ser tratado con éxito. Reencontrar la esperanza y el poder de decidir y cambiar, es abrir la puerta a un caudal de posibilidades. Escribir una historia diferente a partir del presente.
Jorge Salazar
Psicólogo.
www.suterapia.cl
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