lunes, 29 de noviembre de 2010

Reflexionar y decir podría constituir una cura.


En un comentario a mi artículo “La Taxonomía psiquiátrica como escudo y pódium” recibí aportes que me invitan a plasmar algunas reflexiones en relación a cuestiones que me parecen interesantes. En primer lugar me referiré a lo complejo que resulta caracterizar a la psiquiatría por parte de cualquier persona, luego al lenguaje-poder involucrado en su ejercicio, la cuestión del tratamiento farmacológico y las relaciones que podría tener o no con el beneficio de los "pacientes".

Efectivamente la comprensión que alguien, no psiquiatra, tiene de la psiquiatría difícilmente podría provenir de otro medio que de su propia experiencia en terapia. Esto es porque la psiquiatría es una disciplina bien circunscrita, y un poco esotérica. Probablemente una de las causas de éste fenómeno, esté relacionada con que los psiquiatras y la psiquiatría poseen un lenguaje propio (incluye la clasificación de enfermedades o taxonomía psiquiátrica), que delimita el área de significados que representa, convirtiendo en profano a quien no es psiquiatra. Los psiquiatras, a través de su lenguaje aclaran de inmediato que ese es su dominio y que ellos son los calificados, quienes poseen autoridad para ejercer dicho lenguaje, el que adquiere características de lenguaje-poder.

Lo que busca el artículo “La Taxonomía psiquiátrica como escudo y pódium”, no es desechar el lenguaje de la psiquiatría ni su taxonomía, sino despertar la reflexión en relación a los fines que podría perseguir. De ahí que, se rescata como aporte el pensamiento del movimiento de la antipsiquiatría cuando plantea que esta taxonomía, y que el manicomio, hoy psiquiátrico, parece servir más a su interés de sobrevivir como institución, que a ayudar a las personas que sufren.

De manera detenida, entonces también es posible reflexionar, si el psiquiatra hablara la misma lengua que su paciente, en busca del bienestar y una salida a su sufrimiento, podría entregar una descripción acertada y una intervención efectiva. Sin embargo, en la relación médico-paciente el psiquiatra representa un individuo que, lejos de ayudar, busca su propio beneficio y el de la institución a la que representa, sobre la cual se erige para ejercer poder.

Si entendemos que el poder está presente en toda interacción social, es posible pensar que la relación paciente-psiquiatra no es simétrica sino, que el poder está en favor del “profesional”, que se supone puede saber lo que el paciente no podría. ¿Por qué el paciente no podría?. Un ejemplo del poder del psiquiatra es su facultad de restringir la libertad de las personas en contra de su voluntad. Así ejerce en Chile la “internación involuntaria”, facultad que no posee ningún otro profesional de la medicina y que, en casos que conozco ha resultado un franco daño más que beneficio, pues no sólo implica que un individuo sea encerrado contra su voluntad sino, en la mayoría de los casos incluye agresión química mediante administración forzada de drogas, y hasta física en lo que la ley legitima como “contención ambiental” (amarrar, usar chalecos de fuerza, etc…).

Los fármacos como manera de tratamiento, también constituye un asunto complejo, que va más allá de lo que la mayoría de las personas piensan. Implica unas empresas millonarias que lucran a costa del sufrimiento de las personas, unas empresas de las que muchos psiquiatras participan. En otras palabras, la entrega de esos fármacos, podría ser en función de sus propios intereses o de otros, que no representan el bienestar del paciente.

Los seres humanos no somos iguales ni clasificables, así también los psiquiatras no son todos iguales y no es posible generalizar una crítica a todos estos profesionales. Se presentan entre ellos verdaderas autoridades morales y personas de entrega incondicional con la salud y el bienestar de los pacientes que sufren. Sin embargo, es positivo reflexionar los discursos existentes en relación a las realidades y confrontarlos con otros discursos que aparecen como unos silenciados e incomodos, como puede ser el discurso de la antipsiquiatría. A veces es necesario entender que aquello que no se puede decir emerge como enfermedad,  para la cual el decir y reflexionar podría constituir una cura.

Agradezco todos los comentarios constructivos, que como el que impulso este pequeño escrito, sirva de base a la reflexión y producción.

Jorge Salazar
Psicólogo Clínico y Terapeuta Familiar.




1 comentario:

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